Feria del libro de Guadalajara
Nuevo Pentecostés
Domingo de Pentecostés
Hechos de los Apóstoles 2, 1-11: “Todos quedaron llenos del Espíritu y empezaron a hablar”.
Salmo 103: “Envía, Señor, tu Espíritu a renovar la tierra. Aleluya”.
Romanos 8, 8-17: “Los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios”.
San Juan 14, 15-16. 23-26: “El Espíritu Santo les enseñará todas las cosas”.
Por todas las calles fueron llegando en apretujadas muchedumbres teñidas de diferentes colores, lenguas y costumbres. Admirable el respeto y la ayuda al otro, al desconocido, al que viene de lejos… Nos visitaba el Papa y todo Chiapas se transformó en una gran alfombra de bienvenida. No nos cabía el gozo en el corazón. La inmensa multitud llenó todos los espacios del Centro Deportivo, los cantos en diferentes lenguas se fueron desgranando; las danzas, las músicas, las plegarias, se tejían como en un mosaico de alegría y felicidad. Atrás quedaron los rumores y las amenazas, atrás las dudas y desconfianzas, ahora se palpita con un solo corazón y una sola alma. Alcanzo a escuchar a unas personas llegadas del Norte de la República: “Esto es maravilloso, es una gran manifestación del Espíritu, es como un nuevo Pentecostés. La alegría y la fraternidad van más allá de lo imaginado”. No, no es el Pentecostés esperado, pero sí es una imagen que nos mueve, nos ayuda y nos fortalece.
Al celebrar hoy Pentecostés las lecturas nos plantean este día como una nueva creación, algo completamente nuevo, que ni siquiera podríamos antes imaginar. Unos discípulos incrédulos, aturdidos, encerrados en sí mismos e incapaces de creer y anunciar la resurrección del Señor Jesús se ven sacudidos por un fuerte viento, iluminados por nuevas luces, inflamados por llamas de fuego y comienzan a hablar una nueva lengua. Así los que se nos ocultaban tímidos y opacados después se transforman en atrevidos, valientes, abiertos de ventanas y corazón, capaces de asumir todos los riesgos para predicar el Evangelio. Así obra el Espíritu: llena el interior, bulle desde dentro y lanza hacia fuera como una explosión de amor. Como una fuente inagotable que necesita desbordarse: “Se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a profetizar”.
Con frecuencia nuestras comunidades se ven invadidas por el miedo y viven con las puertas atrancadas. Muchos dirán que con toda razón: la violencia se adueña de nuestras calles, los robos son el pan de cada día, los ejecutados ya no los percibimos lejanos sino caen a nuestro lado. Y cerramos las puertas y cerramos el corazón. Nos tornamos desconfiados y nos volvemos agresivos. Vamos por la vida, como alguien decía, “manejando a la defensiva”. Hemos perdido la confianza en las personas, peor, hemos perdido la confianza en nosotros mismos y el miedo se ha adueñado de nuestras vidas. Hemos llegado a la actitud que el Papa describe preocupado: “Y frente a esta realidad nos puede ganar una de las armas preferidas del demonio, la resignación. ¿Y qué le vas a hacer?, la vida es así́. Una resignación que nos paraliza y nos impide no sólo caminar, sino también hacer camino; una resignación que no sólo nos atemoriza, sino que nos atrinchera en nuestras «sacristías» y aparentes seguridades; una resignación que no sólo nos impide anunciar, sino que nos impide alabar. Nos quita la alegría, el gozo de la alabanza. Una resignación que no sólo nos impide proyectar, sino que nos frena para arriesgar y transformar”. Nuestras comunidades están, a veces, replegadas, ocultas, sin dar testimonio. Es como si no tuvieran alegría, perdón, paz y vida que transmitir. Se percibe un olor a viejo, a rancio, a temor. Necesitamos abrir puertas y ventanas y dejar que entren nuevos vientos. Necesitamos que el Señor resucitado se haga presente y nos transmita el soplo creador del Espíritu que infunde aliento de vida.
Me impresiona mucho contemplar a los discípulos que, dejando sus seguridades y sus protecciones, se lanzan “llenos del Espíritu Santo, a hablar en otros idiomas”. Y lo que es más sorprendente, es que todos los entienden: “Había de muchos pueblos… y sin embargo, cada quien los oye hablar de las maravillas de Dios en su propia lengua”. Ya se que muchos me dirán que esto es una forma simbólica de hablar, pero de lo que estoy convencido es de que quien está lleno del Espíritu es capaz de crear comunicación y diálogo con las personas más distantes. Es la antítesis de Babel. Si Babel es confusión por el orgullo de quienes se quieren alzar hasta el cielo, Pentecostés es armonía y comprensión de los diferentes, unidos por el Espíritu.
Nuestro mundo se ha encerrado en un individualismo feroz. Atacado por todos lados, el hombre se refugia en sus seguridades y acaba encerrado detrás de los mismos barrotes que él ha construido. Se vuelve desconfiado de todas las personas, se amarra a sus propias ideologías y se siente atacado cuando alguien se presenta como diferente. Pero el Espíritu todo lo cambia. Así de maravilloso es el actuar del Espíritu Santo. Conservamos nuestra individualidad, se respetan nuestros derechos, pero somos capaces de hacer comunidad, de dialogar, de abrirnos a los otros. San Pablo enfatiza en su carta a los Romanos cómo actúa la acción del Espíritu en la vida de los creyentes y en la construcción de la comunidad eclesial frente a un mundo desordenado y egoísta. Consciente de las divisiones que se vivían al interior de esa comunidad, insiste en que el Espíritu habita en los creyentes y da nueva vida, vida de hijos de Dios, vida de coherederos de Cristo, vida de hermanos.
Quien se deja invadir por el Espíritu, descubre que la fuente de su misión es el amor del Padre. Entonces, empieza a sentir y a vivir como Jesús. Se abre su corazón ante quienes sufren el dolor, la injusticia, la ignorancia, el hambre, el sinsentido. Y en su vida, no sólo es capaz de perder el miedo, sino que descubre que la plenitud y la realización están en ese salir de sí mismo y vivir para los demás. Persona resucitada es la que se deja guiar por el Espíritu de Dios hacia la aventura, la sorpresa, la novedad, la vida… Persona resucitada es la que arriesga su vida para que haya nueva vida, la que defiende la vida amenazada, la que se dona por completo.
Muchos hemos vivido la presencia del Papa como un regalo del Espíritu que nos exige esa transformación; su palabra y sus gestos nos piden que nos abramos a la acción del Espíritu. Supliquemos al Espíritu Santo que abra las puertas de esta Iglesia, que la haga verdaderamente discípula, constructora de su Reino. Que se sacuda el polvo que ha acumulado a través de los siglos y que hoy, renovada, vitalizada, se lance misionera a vivir en plenitud y armonía con todos los hombres. ¡Ven, Espíritu Santo!
Dios nuestro, Espíritu creador, Luz de toda luz, derrámate hoy de nuevo sobre toda la creación y sobre todos los pueblos, para que buscándote más allá de los diferentes nombres con que te invocamos, podamos encontrarte, y podamos encontrarnos, en Ti, unidos en amor. Amén.