Libros de ayer y hoy/Teresa Gil
SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, Chiapas, a 27 de diciembre de 2015.-¿Cómo está tu familia? Hice la pregunta como la forma más natural para iniciar una conversación y ganar confianza. El adolescente bajó el rostro, se le humedecieron los ojos y permaneció largo rato en silencio… “¿Cómo está mi familia? ¿Acaso tengo familia? ¿Se puede considerar familia a quienes viven bajo el mismo techo en medio de pleitos, odios, reproches e insultos? Eso era mi familia, ahora no tengo a nadie, vivo con las personas para las que trabajo y sé que se aprovechan de mí pero al menos tengo un lugar donde dormir”. Me cuenta su historia: hijo de una muy joven madre soltera, con sucesivos padrastros, problemas de alcoholismo, violencia y agresiones… hermanos que no eran hermanos, familia que no era familia… Sólo recuerda con cariño a su abuelita pero pronto los dejó… un día se cansó de “su familia” y tomó la calle por casa. ¿Cómo vive Jesús en estas familias?
La persona es, en gran parte, el fruto de la familia. Jesús también tiene una familia. San Lucas nos presenta a Jesús de doce años, iniciando su vida religiosa responsablemente como le tocaría a todo niño judío. Pero detrás de esta peregrinación al Templo de Jerusalén, podemos descubrir la vida íntima de la familia de Nazaret y valiosas reflexiones para nuestra familia actual. Alguien podría decir que no tiene ninguna referencia, ya que una familia judía de aquel tiempo y una familia moderna del siglo XXI no tendrán punto de comparación. Y sin embargo, no es así. Hay elementos que no cambian y que sostienen la célula familiar y que cuando fallan, ponen en grave riesgo la propia familia. Quizás esto es lo primero que tendríamos que rescatar: reconocer y revalorar la centralidad que tiene la familia. Muchas de las propuestas educativas se olvidan descaradamente de este principio y buscan al individuo solo, como si estuviera aislado. Así quebrantan la célula familiar y con ella a toda la sociedad. Lo primero que tenemos que rescatar es pues esta importancia primordial de la familia ¿Qué lugar le estamos dando?
El Papa Francisco ha insistido en que para conocer a Dios el mejor lugar es la familia. Jesús adolescente va a reconocer y a encontrar la casa y las cosas de su Padre. La familia es la promotora y educadora de la fe. Sólo se puede aprender y asimilar el verdadero amor de Dios, viviéndolo en comunidad, y la primera y mejor comunidad es la familia. La familia da la verdadera sustancia de la relación personal con Dios y con el prójimo; no es sólo el inicio de las relaciones interpersonales más cercanas como con los parientes, las amistades y el pequeño grupo; sino que también da el verdadero sentido de la comunidad humana, las relaciones sociales, económicas y políticas. Jesús encuentra en José y María el pequeño círculo que lo va haciendo madurar y entender la protección de su Padre Dios. Con ellos aprende las oraciones de todo judío, las tradiciones y las costumbres, que le descubren a un Dios que es fiel a su pueblo. Pero al mismo tiempo queda abierto para la nueva experiencia del servicio, del amor a los demás, de la universalidad del amor de su Padre Dios y del verdadero culto y adoración al Señor. ¿Qué sentido de Dios vivimos en la familia? ¿Hay una verdadera educación y enseñanza del amor de Dios, de la búsqueda de la hermandad y del sentido de nuestras prácticas religiosas?
A Jesús se le conoce como “el hijo de José el carpintero”. Como en todos nuestros pueblos y comunidades campesinas, aprendería desde pequeño el mismo oficio de su padre José, y sabría la forma de irse ganando la vida, confiando en la Providencia pero “sudando para llevar el pan a la mesa”. Sin embargo la migración y el cambio de sistema, no favorecen ni la convivencia ni la educación para el trabajo. Los niños y los jóvenes pasan demasiado tiempo ociosos, solos y sin beneficio. O bien, desde muy pequeños son obligados a sostener y aportar a las familias, no en compañía de los padres, sino con riesgos y peligros del trabajo en la calle o en economías informales. El estar sin trabajo durante mucho tiempo, o la dependencia prolongada de la asistencia pública o privada, mina la libertad y la creatividad de la persona y sus relaciones familiares y sociales, con graves daños en el plano psicológico y espiritual. Los salarios, con su raquítico aumento frente a la constante inflación, no permiten una sana educación, una buena alimentación ni un tiempo de eficaz convivencia. Por eso, se convierte en una necesidad social, e incluso económica, seguir proponiendo a las nuevas generaciones la hermosura de la familia y del matrimonio, su sintonía con las exigencias más profundas del corazón y de la dignidad de la persona. ¿Cómo vivir más y mejores momentos de relación entre padres e hijos y aun con la misma pareja? Son fuertes retos que tiene que afrontar toda familia.
La educación, el ir creciendo de la mano de los padres, se ha ido perdiendo y va quedando bajo la responsabilidad de la escuela, de la calle y de los medios de comunicación. Y aunque hay quienes aportan y ofrecen medios para hacer madurar la persona, son tan pocos y están tan opacados, que es difícil que lleguen a la mayoría de los niños y los jóvenes, que frecuentemente se ven sometidos a un bombardeo y agresiva oferta de pornografía y permisividad que los ahoga y los induce al alcohol, a la droga y a la vida fácil. No se educa para el amor ni para la responsabilidad. No se enseña a tener iniciativas propositivas y planes formativos. No se propicia un ambiente de servicio y de compartir, sino de competencia, individualismo y gozo personal. ¿Qué tendríamos que cambiar para educar mejor a los jóvenes y a los niños?
Nuestras familias tienen miedo. Nos vemos amenazados por graves problemas de secuestros, de trata de menores, de pornografía, de drogadicción y pandillerismo, y optamos por encerrarnos y proteger cuanto podemos a los pequeños, pero apenas se les ofrece libertad, la confunden con libertinaje, con corrupción y ambición. Hoy, más que nunca, tenemos que buscar caminos que fortalezcan la familia, la pareja, la relación entre los hermanos o la convivencia con quienes han llegado a conformar nuestra familia. El modelo de la Sagrada Familia aparece como un ideal al que debemos tender: crecer en edad, sabiduría y gracia delante de Dios y de los hombres. Pero Jesús no rechaza ninguna familia, vive en las más despreciadas, más desbaratadas y menos humanas. Allí también se encarna Jesús. No tengamos miedo.
Padre, tú nos has dado en la Sagrada Familia de tu Hijo, el modelo perfecto, concédenos experimentar en nuestras familias tu amor misericordioso, el servicio generoso y la alegría compartida. Amén.