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TUXTLA GUTIÉRREZ, Chiapas, a 15 de marzo de 2015.-Queridos hermanos y hermanas, con inmensa alegría de Padre y hermano les comparto haber celebrado como Diócesis las 24 horas para el Señor, estoy convencido que Dios ha derramado abundantes gracias en este mundo sediento de Él; agradecemos al Santo Padre esta iniciativa, sin duda, inspirada por el mismo Dios misericordioso.
A propósito de celebrar este próximo 21 de marzo el Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial quiero proponer esta reflexión:
«Si alguno dice: «Amo a Dios», y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. » (1 Jn 4,20-21). No se puede amar a Dios sin amar al prójimo, ni se puede amar al prójimo sin amar a Dios. Esta es la novedad traída por Cristo hace más de 2000 años y que hoy en día debemos tener presente ante los acontecimientos y actitudes que ha tomado la humanidad contra el mismo hombre.
El racismo, históricamente tiene sus orígenes en la idea de una “raza superior” respecto al progreso cultural, social y un tanto al color de la piel. Sin embargo, sabemos que esto ha crecido en nuestros días a tal grado que ahora existe un racismo económico, político, tecnológico o científico cultivados diversos países, situación que hasta muchos líderes políticos promueven directa o indirectamente.
Este año 2015 la ONU propone un tema respecto a los acontecimientos que discriminan: “aprender de las tragedias históricas para combatir la discriminación racial del presente” y nos corresponde como ciudadanos y como cristianos, porque “sólo quien se deja involucrar por el prójimo y por sus indigencias, muestra concretamente su amor a Jesús. La cerrazón y la indiferencia hacia los demás, es cerrazón hacia el Espíritu Santo, olvido de Cristo y negación del amor universal del Padre.” (San Juan Pablo II)
En el Nuevo Testamento, este amor es exigido de manera universal: supone un concepto del prójimo que no tiene fronteras (Lc 10,29- 37) y se extiende también a los enemigos (Mt 5,43-47). Es importante poner de manifiesto que el amor al prójimo es visto como imitación y prolongación de la bondad Misericordiosa del Padre que provee a las necesidades de todos y no hace distinción de personas (Mo, 5, 45). Porque Dios es “rico en misericordia”.
Es por ello que en éste momento especial de nuestra historia humana es necesario reflexionar acerca de la CARIDAD, virtud que tiene una doble dirección: Dios y el prójimo. La vivencia de esta virtud es fruto del dinamismo de la vida de la Trinidad en nosotros, porque “la caridad tiene en el Padre su manantial, se revela plenamente en la Pascua del Hijo Crucificado y Resucitado, es infundida en nosotros por el Espíritu Santo. En ella, Dios nos hace partícipes de su mismo amor. Si se ama de verdad con el amor de Dios, se amará también al hermano como Él le ama. Aquí está la gran novedad del cristianismo: No se puede amar a Dios, si no se ama a los hermanos, creando con ellos una íntima y perseverante comunión de amor.” (San Juan Pablo II)
Insisto en las palabras que nos ha recordado el Santo Padre Francisco, queridos hermanos, no seamos esclavos, sino hermanos.
Mons. Fabio Martínez Castilla
Arzobispo de Tuxtla.