El agua, un derecho del pueblo
Por la puerta de atrás
II Samuel 7, 1-5. 8-12. 14-16: “El reino de David permanecerá para siempre en presencia del Señor”
Salmo 88: “Proclamaré sin cesar la misericordia del Señor”
Romanos 16, 25-27: “Se ha revelado el misterio oculto durante siglos”
San Lucas 1, 26-38: “Concebirás y darás a luz un hijo”
Con esa moda de gastar los recursos públicos en pan y circo, ahora tenemos frente a Catedral la llamada “Villa Navideña”. Con sus enormes pistas de hielo, sus casitas coquetas, y saturada de propaganda política, ha invadido por completo “La Plaza de la Paz”, o “Plaza de la Resistencia”. Juntamente con el imponente árbol navideño, el tren infantil y las barreras protectoras, ocupan todo y no dejan espacio ni siquiera para caminar. A tal grado, que han colocado barreras a la entrada de las puertas principales de la Catedral dizque para protección. Uno de los fieles católicos que cada domingo acude a la celebración se quejaba con amargura: “Ahora sí, para entrar a ver a Jesús tenemos que entrar por la puerta de atrás”. ¡Qué gran verdad! ¡Para ver a Jesús se necesita entrar por la puerta de atrás! Jesús mismo entró en su gran aventura de hacerse hombre por la puerta de atrás.
Para vivir con los pequeños, para tomar carne, para hacerse uno de nosotros, Cristo lo hizo de la manera más desconcertante: en un pueblito despreciado, de una muchachita desconocida, en completo anonimato inicia su Encarnación. En el silencio del vientre de María se gesta el increíble milagro. ¿Cómo se sentiría María al escuchar el saludo y la alabanza del mensajero de Dios? Es difícil imaginar la turbación de su corazón y más cuando se le coloca en la difícil decisión de ocupar un papel fundamental en la llegada del Mesías. Durante tantos siglos el pueblo de Israel había guardado en su memoria la promesa de un Mesías y los profetas habían alimentado la esperanza con el alumbramiento maravilloso del Salvador. Los tiempos de frustración, de destierro y de violencia debían quedar atrás, el Dios de la promesa y del futuro de una paz duradera se tenía que hacer presente. María cree y espera en Él. Pero, ¿ocupar ella un lugar en esta historia? María es mujer, virgen, pobre y sencilla, sin una preparación especial, cultural o social. Es solamente una judía de su tiempo. Además en una situación muy peculiar: ya no es de su familia porque está comprometida con José, pero todavía no es de la familia de José ya que no se han casado. Y así, entre ansiedad, susto, presión, María debe responder a la propuesta del Señor.
Sólo Dios respeta la libertad de los pequeños, sólo Él los tiene en cuenta para sus grandes planes. Diríamos que “necesita” de la colaboración de los pequeños y humildes y María da su consentimiento: “Yo soy la esclava del Señor; cúmplase en mí”. Sierva o esclava significa pertenencia al Señor y expresa la total disponibilidad para aceptar su voluntad. La Palabra de Dios es un don y debe ser acogido por la libertad humana. Se encadena “el designio de Dios” a la pequeñez de los hombres que deben cumplirla. María en su humildad entabla diálogo con el enviado del Señor: su fe es un acto libre y para ello debe saber cómo será cumplido. Es la colaboración de alguien que se sabe en manos del Señor. Su “fiat” (hágase) de aceptación a la maternidad nos comunica al Mesías. Entonces la encarnación se convierte en fruto de la fuerza y regalo del Espíritu pero también de la disponibilidad de María. Las maravillas de Dios se realizan a través de los sencillos y humildes y necesitan de la colaboración libre y consciente de los hombres.
Cuando David quiere hacerle una casa a Dios, recibe la respuesta negativa por medio del profeta Natán. El hombre no debe encerrar ni manipular con su fuerza a Dios. Dios quiere habitar el corazón del hombre sencillo. Dios se sigue acercando a la historia de los hombres, Dios quiere seguir haciendo maravillas, pero necesita colaboradores que tengan la actitud de María, de absoluta disponibilidad a su plan. Es una confianza no exenta de misterios y penumbras pero que hace que se coloque el hombre igual que María en las manos de un Dios amoroso. Dios es alguien que pide permiso para entrar en nuestra vida pero que si lo dejamos hará obras grandes en nosotros por la acción del Espíritu Santo. Como Jesús fue acogido en el cálido vientre de María, ahora necesita ser acogido en el cariño, la justicia y la bondad de cada uno de nosotros. Hoy Cristo se hace niño necesitado de calor, de comprensión y cuidados en cada uno de los pequeños que nos rodean. Hoy ellos se convierten en Cristo-Niño abandonado y solitario. En este domingo María se convierte en nuestro modelo para nuestra actitud de espera gozosa del que viene: necesita quien lo acoja y lo cobije. Navidad será “Dios con Nosotros”, si somos capaces de acoger a este recién nacido en nuestras casas, en nuestras familias y en nuestros corazones.
La constante insistencia de Dios para realizar sus planes en los pequeños, se concretiza en este Niño que nacerá de María y será el Salvador, el Mesías e Hijo de Dios. Dios se hace carne en la persona de Jesús para que siendo como Él, los seres humanos seamos semejantes a Dios. Pero no lo hace en contra de la voluntad de los hombres, ni abrumándolos con su poder: lo hace en silencio y con la participación humana. María, con su “sí” al proyecto de Dios, introduce a Jesús en la historia, haciéndose hombre pobre y creyente. Son los últimos días de este Adviento y el contemplar tan cerca el nacimiento de Jesús nos obliga a preguntarnos: ¿Cómo puede llegar Jesús a mi corazón si siempre busca lo pequeño y lo sencillo? ¿Cómo voy a acoger a este Dios que se hace presencia viva y concreta en medio de nosotros? ¿Cómo voy a vivir y cómo voy a expresar a este Dios ternura que se acerca hasta convertirse en uno de los pequeñitos?
Señor, que por el anuncio de tu Ángel has dado a conocer a María tu amoroso designio de salvación y la has hecho partícipe de la Encarnación, concédenos descubrir tu voluntad y convertirnos, por medio de tu Espíritu, en portadores de una Buena Nueva que lleve la alegría y la paz verdadera a tus pequeñitos. Amén.