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Solo una vez perecemos,
solo una vez aquí en la tierra…
MÉXICO, 4 de noviembre de 2014.- En octubre y noviembre, las flores de cempasúchil, el aroma del incienso y de las velas encendidas, las ofrendas repletas de fruta, comida, pan, atole, pulque, aguardiente, tequila u otras bebidas, el papel picado y todos esos elementos característicos del día de muertos que celebramos en todo México me hacen recordar siempre el Xantolo de la Sierra y la Huasteca hidalguense, esa amada tierra que me vio nacer, crecer y a la que añoro tanto.
El origen del Xantolo es muy peculiar, su nombre no es precisamente de origen náhuatl, como se podría pensar; sino que, en el pasado, los huastecos que hablaban náhuatl no pudieron pronunciar la palabra latina “sanctorum” que hacía referencia a la Fiesta de todos santos, de ahí que pronunciaran “Xantolo”.
Sin embargo, en la época prehispánica, los huastecos ya celebraban la fiesta de los muertos en los meses de julio y agosto, pero con la llegada de los españoles, la fiesta cambió junto con el nombre y la fecha. Desde ese entonces, el Xantolo se celebra el 30 y 31 de octubre y el 1 y 2 de noviembre.
En la Huasteca hidalguense, el 30 de octubre es el día de las flores, en referencia al arco de cañas de azúcar que es adornado con flores de cempasúchil y colocado sobre una mesa cubierta con un mantel bordado, donde se colocan las fotografías de los familiares que fallecieron y se acomoda el chocolate, el pan de muerto, las frutas de temporada y todo aquello que a los difuntos les gustaba en vida. Hacer el arco ya es en sí mismo una fiesta y un ritual familiar que se disfruta mucho. Recuerdo como travesura, esconderme debajo del altar, esperando ver a los familiares muertos comer las ofrendas.
El 31 de octubre y el 1 de noviembre, está dedicado a los difuntos niños y a los difuntos adultos. En ambas fechas, se hace un camino de cempasúchil y veladoras desde la calle hasta donde están los arcos para guiar las almas de los difuntos que los visitan.
Vienen a mi mente pasajes de mi infancia en mi querido San Juan y me parece escuchar, como si fuera ayer, la voz de mi madre llamándonos a sus cinco hijas, como escalerita, una tras otra pues nos llevábamos un año de edad, con canasta en mano llena de pétalos de cempazuchil, apurándonos para hacer un caminito hasta el panteón para que los niños fallecidos, convertidos en angelitos, no se lastimarán los pies. El olor a incienso y el repicar de las campanas hacía que muchos niños salieran de sus casas a hacer lo mismo.
Al medio día del 1 de noviembre, se despide a los difuntos niños y se permite a los adultos disfrutar de las ofrendas que se han preparado para ellos, momento en que los vivos también conviven y comparten sus ofrendas.
Finalmente, el 2 de noviembre se celebra una misa en el panteón, donde se pide por el eterno descanso de los muertos. Las tumbas son adornadas con flores y veladoras. Las ofrendas se colocan en las lápidas y al concluir la misa se comparten entre familiares y visitantes, al compás del violín y la guitarra.
Las danzas son frecuentes en esta celebración, donde los hombres disfrazados de mujeres, con faldas coloridas y blusas con bordados multicolor, ocultan sus rostros con paliacates, y sus parejas, hombres también, cubren sus rostros con máscaras de madera, regularmente confeccionados por ellos mismos. El 30 de noviembre, conocido como el Xantolo chiquito, es la fecha en que se realiza el destape de los danzantes y se retira el arco de flores de cempasúchil.
A diferencia de la cultura occidental, en las culturas prehispánicas, la fiesta de los muertos era una fecha de culto a la vida, dedicada a recordar y venerar a sus difuntos. Nuestros antepasados creían que solo una vez se vive en la tierra y que la muerte marcaba el inicio de una nueva vida en el más allá.
Detrás de esta celebración, existe una historia y un origen que nos vincula con un pasado característico: el prehispánico y el de la Conquista. Dos etapas históricas que se han mezclado para crear la identidad del mexicano y del huasteco. De ahí la importancia de mantener vigentes nuestras tradiciones, de conocer su origen y significado y de no permitir que la influencia de otras culturas termine por desvanecer aquello que da sentido a nuestra cultura y que ha sido solo nuestro.
Ojala, hablemos más de xantolo y menos de hallowen.