
Candidato asesinado en Coxquihui estaría vinculado a 2 homicidios: Fiscalía
TUXTLA GUTIÉRREZ, Chis., 4 de noviembre de 2014.- “Se abandona la vida y un sentimiento indefinible de resignación ansiosa impulsa a mirar todo con ojos detenidos y fervientes, y cobran las cosas su humanidad y un calor de pasos, de huellas habitadas. No está solo el mundo, sino que lo ocupa el hombre. Tiene sentido su extensión y cuanto la cubre, las estrellas, los animales, el árbol. Hay que detenerse, unas de esas noches plenas, para mover el rostro hacia el cielo: aquella constelación, aquel planeta solitario, toda esta materia sinfónica que vibra, ordenada y rigurosa, ¿tendría algún significado si no hubiesen ojos para mirarla, ojos, simplemente ojos de animal o de hombre, desde cualquier punto, desde aquí o desde Urano? Se abandona la vida y una esperanza, un júbilo secreto dice palabras, nociones universales: esto de hoy, la muerte, una eternidad… Existo y me lo comunica mi cuerpo y mi espíritu, que van a dejar de existir; he participado del milagro indecible, he pertenecido. Fui parte y factor, y el vivir me otorgó una dignidad inmaculada, semejante a la que puede tener la estrella, el mar o la nebulosa. Si tarde lo entiendo, este minuto en que se ha revelado es lo más solemne y lo más grande; inclino la cabeza sobre mi pecho: mi corazón es una bandera purísima”. (Fragmento de “Luto Humano” de José Revueltas)
La muerte, ese segundo final en el que perdemos conciencia y entramos en lo desconocido, donde nuestra mente pierde toda alegría y tristeza, donde ya no sonreímos o lloramos. La muerte, ese instante antes de dejar de ser, donde sólo nuestra fe y la de nuestros seres queridos queda como esperanza que hay algo más, otro plano que se nos revelará sólo en ese estado. Lo cierto es que algo queda, más allá de nuestro recuerdo, un cuerpo que ya no pertenece a los vivos.
Hay quienes prefieren depositar los restos bajo tierra, que el proceso natural de descomposición haga de aquella frase bíblica una promesa cumplida: “de polvo eres y en polvo te convertirás”, pero existen personas que prefieren adelantar el proceso y eligen otro medio.
La cremación, el proceso de volver en cenizas el cuerpo humano, pasar un horno que alcanza de 900 hasta los mil 500 grados y que acelera ese proceso natural de hacer polvo lo que un día fue una persona, un procedimiento que se realiza desde hace miles de años y que en la actualidad crece el interés en la cultura occidental.
Noé Ruíz Higuera es cremador desde hace dos años, trabaja en uno de los camposantos ubicados en la ciudad de Tuxtla Gutiérrez y considera que es una labor noble y bonita, además de contribuir en un proceso inevitable como lo es la muerte, donde los que quedan, los vivos, son quienes lloran por su familiar.
Para el antiguo banquero y trabajador de ferreterías, el ser incinerador es una experiencia única, cuando llegó a buscar trabajo le dijeron que sería esa su función y aunque en un primer momento fue difícil realizarlo, tras 200 cremaciones durante el periodo que lleva, se va acostumbrando a ello.
“Las piernas eran un temblor terrible, temblor terrible. Jamás había hecho una cremación y por equis o zeta, aunque tomé un curso, estuve solo en ese momento entonces fue traumático. Terminé con dolor de cabeza, fue traumático”.
Esa primera vez Noé no esperaba que estuviera solo, sin embargo le tocó así por lo que se acordó de lo aprendido en un curso previo que llevó pero no pudo evitar sentir la sensación de miedo, de nervios de estar solo frente a la muerte, frente al proceso de desintegrar el cuerpo hasta las cenizas. Pasarán cinco cremaciones más para dejar de sentir lo difícil de la situación.
“Aunque cuando tomas los cursos cada quince o 20 minutos te van abriendo la puerta para que veas cómo se va deteriorando el cuerpo pero ya en la práctica común no se hace por respeto a la persona que falleció y por ética de nosotros”.
A diferencia de otros lugares, la tecnología permitió a Noé a no manipular de ninguna manera los cuerpos, sólo los coloca y tampoco debe desnudarlos, sólo piden que no lleven zapatos ni cinturones y en el caso de ser necesario que se remueva el marcapasos y los implantes de silicón.
“Lo único que le pedimos es que no tengan zapatos y cinturones, bolsas, en el caso de las mujeres, porque le ponen sus moneditas para el viaje. También está prohibido hacer cremaciones con marcapasos por la pila, estalla y deteriora el horno igual con los implantes de silicona pues con la temperatura muy alta explotan y manchan las paredes”.
Antes los equipos eran muy básicos y lejos de toda higiene pero en la actualidad en Tuxtla Gutiérrez se tienen máquinas automáticas y ecológicas que permiten que el proceso sea llevado por los aparatos sin que haya una interacción con el cadáver.
Noé explica cómo sucede la cremación, primero se inicia precalentando el horno, para posteriormente introducir el cuerpo tal y como fue entregado por los familiares, ya que él no les quita ni la ropa ni los accesorios, junto con el calor se vuelven ceniza.
Una vez dentro los restos, se inicia con la ignición, que consiste en prender fuego al cuerpo para que inicie el proceso de desintegración lo cual permite que la piel y los órganos se vayan quemando para luego pasar al proceso conocido como la incineración de grasas.
En la segunda etapa el horno se apaga completamente y se permite que el mismo cuerpo haga combustión para así aprovechar el contenido de las grasas, lo que se realiza para evitar que queden residuos líquidos del cuerpo, el procedimiento dura de 10 minutos hasta 40 minutos, dependiendo la cantidad de grasa que haya por eliminar.
“Terminando ese proceso, viene el proceso de incineración propiamente, cuando ya se mete toda la potencia de la máquina que eso alrededor de 90 minutos hasta 110 minutos, dependiendo el tamaño del cuerpo”.
El señor de cincuenta años explica que en Chiapas, al menos en el crematorio donde labora, se permite que estén los familiares durante el proceso pues no se ve ni se percibe nada, aunque también se recomienda no estar y los invitan a pasar a la cafetería durante las dos horas y media que dura.
Para él, la incineración es más tranquila que los entierros, pues es un momento diferente, y existe una diferencia que marca los sentimientos de los dolientes, el hecho que su difunto, o en este caso las cenizas, regresan a casa con ellos.
“El dolor que representa enterrar una persona en tierra es, del cien por ciento de eso, lo que es incineración, es un 10 por ciento; muchísimo menos porque están siempre en la mente el volverlo a tener, está haciendo un proceso nada más pero lo van a tener siempre con ellos. Es la expresión que unos dicen: -Ya está conmigo otra vez-“.
La presencia de los familiares sirve para asegurar a las personas no sólo el trato respetuoso de los restos sino además para evitar que se dejen llevar por mitos como el que no se queman los cuerpos y se venden a instituciones educativas o que no se les entrega de manera correcta las cenizas, además para que presencien la higiene del sitio.
Sobre el hecho de que los cuerpos se mueven cuando están dentro del horno, explica que no son los movimientos exagerados que se imagina el imaginario colectivo, son pequeños movimientos ocasionados por la desintegración de los tendones, “si mucho se mueve una mano”, pero a 900 grados, no le da tiempo de nada más.
“La ceniza debe de tener un acabado como el cemento, en ese término debe de quedar para que se pueda entregar una cremación de calidad, si te entregan astillas o grumos la cremación no fue realizada bien, fue de baja calidad”.
El ritual de la muerte, un momento donde los sentimientos están a flor de piel y cualquier malentendido puede ser detonante a momentos incómodos, ahí, quien se dedica a los negocios relacionados a ésta debe tener una mente fría, calculadora, centrada.
“Lo primero es reflejar calma y seguridad en uno mismo. Hacerle saber en ese momento, con un toque de brazo o un abrazo o una mirada que estamos haciendo un trabajo bueno, que está en buenas manos, digamos. Entonces ahí ya comienza el control, desde ellos mismos”.
Noé cambió después de ésta experiencia, no es el mismo, inevitablemente una perspectiva diferente hace que vea las cosas más realistas, no deja de sentir como siente cualquier humano ante la muerte, pero toma el control de la situación, deja que la mente actúe más que, si se permite la metáfora, el corazón. Pero cuando se trata de un familiar la tarea se complica.
“Doblemente difícil, aunque una cremación siempre es difícil por la responsabilidad que implica, aunque todo está perfecto, las máquinas siempre al cien por su mantenimiento, tú sabes que vas a hacer una buena cremación aparte de la experiencia que tenemos, pero siempre hay una presión y ahora cuando es un familiar es doble presión porque estamos con el dolor que eso no lo podemos quitar aunque nos dediquemos a funerales a diario, se muere un familiar cercano y lo vamos a sentir mucho, igual que cualquiera, el dolor ahí no se minimiza”.
Para él, es mentira que se pueda separar el dolor del trabajo, no puede decirse “es un cadáver más”, se está tenso, triste pero tiene uno que tomar el control y sacarlo adelante.
“No dejamos de ser humanos y hay momentos muy difíciles, cuando la muerte no está prevista, por accidente o gentes muy jóvenes sí se sienten, no somos tan fríos aunque ya estamos trabajando en esto, sí somos susceptibles al dolor”.
Otros momentos que le toca vivir es cuando sale de su trabajo, pues cuando se trabaja en este tipo de oficios es difícil pasar desapercibido en las reuniones familiares, aunque con naturalidad cuenta y platica de lo interesante que es ser incinerador.
Para él es un tema común en las reuniones familiares, con una sonrisa un poco irónica muestra que no es algo que esconda a los suyos sino, por el contrario, aprovecha para aclarar las dudas y aportar su experiencia para quitarle lo satanizado que está la profesión.
Las personas de mayor edad todavía se muestran renuentes a esta práctica, sin embargo las generaciones que en la actualidad cuentan con 50 años o menos ya consideran la cremación como algo posible y accesible, además que ayuda al problema de salud pública como lo es la sobrepoblación de los panteones.
“Todos mis amigos ya han comprado sus cremaciones para un futuro”, afirma.
También considera que las mismas religiones están realizando los cambios pertinentes para apoyar estos procesos, pues antes la religión católica, de la que es creyente, no lo permitía pero ahora sí pues es el alma la que trasciende y no el cuerpo, la incineración sólo adelanta un proceso que el entierro también conlleva, volver polvo al cuerpo.
Noé no volviera a elegir ser incinerador. No le desagrada su trabajo, lo disfruta y respeta como los otros que ha tenido, pero no va con él repetir oficios, ha trabajado en bancos o en ferreterías como ahora en una funeraria, se ve terminando su oficio, entregando su horno y buscando nuevas experiencias, aunque no le molestara que uno de sus familiares se dedicara a éste.
“(La muerte) básicamente es un paso obligado que todos tenemos que dar, desafortunadamente no nos gusta tocar el tema y por lo mismo no estamos preparados para hacerlo. En algunos casos, cuando platicamos con amigos, sus papás o mamás nos dicen:-pero por qué platican de eso o ya me están aventando al hoyo-. Pero es un paso más, un proceso“.
Por el contrario el concepto de la vida para Noé es más general es el todo. No tiene palabras para explicar eso, cada momento, saberse vivo, existir, ser, estar, no se puede describir más que en un todo. “En el universo creo que esto es lo mejor que podemos tener, nuestra vida”.
Para Noé la humanidad se ha vuelto más fría, más dura, con el estrés las personas desechan cada vez más costumbres y hacen que todo se vuelva más rápido, incluso los rituales de la muerte, por eso, en atención a esa necesidad ya existen lo que llama “cremaciones exprés”.
“O sea, ya no hay velación, el muerto se va a recoger al hospital o la casa donde fallece y se pasa inmediatamente a cremación. Es muy práctico, yo soy de esa idea y quisiera que así fuera en mi caso, directo. No pasar el proceso de tener quince años otra vez”.
Para él el cadáver en velación le recuerda a las fiestas de quince años, pues todo el mundo ve cómo está la caja, cómo están las velas, es como una exposición de la muerte, algo que él quiere evitar aunque entiende que la familia a veces necesita ese proceso de duelo para sanar heridas.
“Lo importante es satisfacer la última voluntad de la persona que fallece, pidió así, se le da lo que pide”.
Noé ya pagó su incineración, con bastón en mano, mientras mira hacia un jardín lleno de lápidas con las inscripciones de algunas personas que depositaron sus cenizas en el lugar, espera que le cumplan su última voluntad, una cremación exprés sin rito alguno para poder descansar en paz toda la eternidad.