
Preliminar: un muerto y 30 heridos en accidente de autobús en Guerrero
«Oye madrecita mi música pausada
Con la voz de mi guitarra hoy te vengo a venerar
Es más quisiera lo más lindo de esta vida
Para dártelo madre mía,
Pero a Dios nadie lo puede comprar.
Pero soy tu hijo y te amo… »
Con su guitarra Marcos deja escapar notas cargadas de sentimiento y lágrimas, frente a él, el ataúd guarda los restos de su madre y hace lo mejor que puede hacer, cantar, expresarle su amor y respeto a través de la música pues a ella le debe su vida y su fe. Ahí comenzó su misión.
Después que despidió a su madre, no dejó el panteón, Marcos encontró dentro del camposanto su misión en la vida, llevar canciones como ofrendas para despedir a los muertos, canciones sacras o religiosas aunque también se complace la memoria de quienes ya no están con música secular.
“Yo lo hago como una misión pero también para ganar un dinerito porque a veces me dan algo”
De pequeño Marcos Díaz Moguel creció viendo a su mamá formar parte de la Legión de María, un grupo perteneciente a la iglesia católica que se dedica al altruismo, con ella aprendió el valor de ayudar al prójimo, de servir a los demás sin importar lo cansado que era.
Fue de la mano de ella que ingresó al coro de la iglesia en Cintalapa, ahí conoció las canciones que ahora en los entierro entona pero también lo hace con aquellos solitarios, los olvidados, los que no reciben una flor ni les limpian su tumba, también para ellos tiene tiempo de dar canciones a su memoria.
“Es que vi que en esta vida no hay nada más importante que el divino Padre Nuestro”
Frente a la muerte surge verdades absolutas, cansancio y sentimientos, como el de la señora del relato anterior o aquel señor que le contestó “qué alabanzas ni qué la chingada madre, a mi padre cántele Gabino Barrera”.
“Ahorita que ya tengo mayoría de tiempo estando aquí, a veces lloramos por dos cosas, por ignorancia o por mucho amor. Ignorancia porque no sabemos que la muerte es la entrada y puerta de la gloria, para ir con Dios no podemos pasar por otro mundo más que por la muerte, porque al morir todo lo pecaminoso de ti tiene que quedar sepultado, todo lo que es del mundo tiene que quedar aquí”
Marcos cree en un alma, un alma que fue regalada por el dios que profesa y esa alma es parte de la misma alma de su dios. “Al darnos ese espíritu, no nos dio una vida prestada, nos la regaló y es la vida eterna”. “La vida, la que tenemos ahorita es como un libro que leemos y no le entendemos”.
Ahí, entre tumbas, el señor de piel morena y complexión delgada, ve en la tumba no a muertos, no le gusta esa palabra, pues para él no existe tal cosa, para él son “los quietecitos”.
“La palabra muerte no está, porque si dice Dios que no vamos a morir si nos portamos bien, entonces no estamos muertos, aquí mis hermanitos no están muertos, están descansando para que venga el señor, para que ya le dé la gloria eterna”.
Él espera que al morir le canten sus canciones, que lo entierren con las notas de algunas de las sie7e mil que escribió, porque será una manera de recordar lo mucho que disfrutó su trabajo y su misión.
“Me gusta porque, en primer lugar, me gusta cantar y segundo, siento que aunque sea un poquito estoy haciendo por la humanidad, por Cristo y por Nuestro Padre”.
LA MÚSICA ALEGRA LA MUERTE
La música acompaña llantos y a la muerte, la música hace que el momento de la despedida no lo acompañe el silencio, se grita, se desgarra la garganta como las cuerdas, con letras que expresan lo que el corazón del dolido siente, así la misión de Marcos es darle tono a sentimientos.
“La música es parte del mismo Dios porque Dios es poeta, el más ilustre de los poetas, entonces la música es parte de la poesía. La música y la poesía son dos divinidades…”
-¿Cómo convive la música y la muerte?-
“Es muy natural, es muy natural como cuando canta el ruiseñor, te puede hacer llorar porque canta muy bonito o te puede alegrar el corazón”.
Para Marcos ha sido su sustento, en la misión también se ve recompensado monetariamente y a veces le pagan 500 pesos por las canciones que toca en los entierros, complace de todo, pues hasta en esos momentos de tristeza también caben las canciones alegres, porque alegre era la vida de quien ahora está muerto.
“Ahora que salga el nucú,
ahora que salga el nucú
Se meterá en la sala
De la maestra Lulú
Ñañaca ñañaca, ñañaca y fuafuafua…”
Canta como ejemplo de sus canciones divertidas por no mencionar las comerciales, para promocionar sus inspiraciones.
La banda como llama él a las personas que trabajan en los panteones, son muy honestos y amables, incluso le pusieron como apodo “el caracol” por una vez que chupaba un helado y lo relacionaron con el molusco.
Es con ellos con los que convive de nueve de la mañana a seis de la tarde, su horario de misionero, antes de retirarse a su casa, ahí ríe y muestra los dientes amarillentos como bajo la tierra la muerte deja a los que ya no están con esa sonrisa eterna.
Marcos mira que cada vez son menos los vivos que se acuerdan de ellos, pero todavía existen personas que visitan las tumbas y sino, ahí está él, cantando, alegrando a un público silencioso que no le aplaude pero que lo acompaña con el respetuoso silencio. “Al menos Dios me ve”, dice.