Indicador político/Carlos Ramírez
La fecha de ayer habrá de recordarse en el calendario de historia de España como el día de la abdicación del rey que facilitó la democracia para profundizar en la modernización… Eso se dice de manera comedida.
Sin embargo, en su artículo publicado este lunes en la página de internet del diario El País, Luis Sánchez-Mellado da en el clavo. El texto se titula “La retirada de un rey cansado” y una fotografía muestra a Juan Carlos I de Borbón saliendo de una de las suntuosas habitaciones del Palacio Real de Madrid apoyado a duras penas en un par de muletas.
Juan Carlos I a sus 76 años estaba cansado… y la monarquía agotada. Estuvo 38 años en el trono al que ascendió tras larga y negra dictadura. Suya fue la decisión de renunciar a los “tiempos revueltos” heredados por Francisco Franco para ajustar el paso español al compás de otras monarquías parlamentarias
Pero los años, los cambios generacionales y sobre todo los escándalos del último lustro mantenían en tela de juicio el papel y la necesidad de mantener en el trono al monarca.
La España actual no puede entenderse sin la intervención del rey. Nadie puede regatear su papel en momentos cruciales de la historia española como la transición democrática o el intento de golpe de estado del 23 de febrero de 1981. En casi cuatro décadas de reinado, Juan Carlos I fue referente e incluso un factor de unidad por encima de pugnas políticas.
Pero los últimos tiempos fueron aciagos. La crisis económica se conjuntó con errores y escándalos inéditos para la Casa Real. La corrupción encarnada en Iñaki Urdangarin –esposo de la infanta Cristina– y los devaneos eróticos, negocios turbios y soberanos excesos, descubiertos in fraganti tras el bochornoso episodio de la cacería de elefantes en Botswana –marzo de 2012–, golpearon en serio la credibilidad de la corona.
El rey se va y lleva a cuestas una pesada carga de desprestigio. Su imagen había desplomado por la falta de contacto con sus súbditos. Traía un 3.7 de aceptación.
Poco a poco la verdad del reinado se fue develando. Juan Carlos I se había convirtiendo en un negociante feroz, un cabildero interesado y beneficiado por encima de la dignidad del estado. “Es el rey de Oros”, le decían… como si fuera el palo de una baraja.
Hay quienes atribuyen la soberana decisión al encono ciudadano por la crisis económica que no da cabida a una monarquía anacrónica y sí a la falta de respeto.
En su discurso de abdicación, el ex monarca habló de dar paso “a una nueva generación con nuevas energías, decidida a emprender con determinación las transformaciones y reformas que la coyuntura actual demanda”.
Pero la abdicación al trono no ha sido un gesto de hidalguía ni una salida airosa… al rey de España lo han echado.
El próximo soberano –Felipe VI– deberá realizar duro trabajo para demostrar a los españoles que la monarquía funciona a pesar de las voces que demandan cuanto antes un referéndum destinado a enterrarla y sustituirla con un gobierno republicano.
Felipe de Borbón deberá además enfrentar las ansias catalanas de independencia y tratar de resolver el conflicto interminable del País Vasco…
Como sea, España entra a una nueva etapa. La corona deberá reinventarse, superar los escándalos y la imagen caduca… o de plano, morir en el intento.
APOSTILLA: Letizia Ortiz llevaba diez años aprendiendo a ser princesa. Cuando su marido ascienda al trono, la ex periodista se convertirá en la primera reina plebeya en la historia de la monarquía española. Tiene 41 años… hace diez aun viajaban en camión, pagaba hipoteca y recibos de agua y luz. Carga un pesado pasado. Es divorciada de un profesor de literatura. Letizia viene de la clase media, hija de enfermera y sindicalista, divorciados; nieta de taxista. No gustaba a los círculos conservadores… y tardó en encontrar su sitio en la familia real.