J Balvin, Marshmello, Armin van Buuren y Julión, en el FIG de León
5° Domingo de Cuaresma
Ezequiel 37, 12-14: “Les infundiré mi Espíritu y vivirán”
Salmo 129: “Perdónanos, Señor, y viviremos”
Romanos 8, 8-11: “El Espíritu del aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos, habita en ustedes”
San Juan 11, 1-45: “Yo soy la resurrección y la vida”
“¿Puede la muerte tener más poder que Dios? ¿Por qué hay personas que dan culto a la santa muerte y dicen que es más poderosa que Jesús?”. Son ideas y palabras que la joven repite sin cesar. El amor la llevó a una situación muy peligrosa, llena de violencia, de oscuridad y de odio. Ahora se encuentra asustada. Siente que toda su vida ha quedado marcada por los días que estuvo con el supuesto novio y sus amigos. Una experiencia aterradora que le hace despertar en medio de gritos y sobresaltos. Poco a poco ha ido recobrando la paz, pero todavía tiembla sólo al recordarlo. Se dice una y otra vez: “La muerte no puede vencer a Jesús. Jesús ha vencido a la muerte”.
Hay en nosotros un deseo insaciable de vida. Nos pasamos los días y los años luchando por vivir. Ser inmortal parecería ser el mayor sueño del hombre. Pero, obsesivo y fatal, siempre está ese final que tratamos de eludir: la muerte. San Juan nos ofrece hoy el séptimo signo que responde a este anhelo y nos presenta a Jesús como dueño de la vida; Jesús, esperanza y resurrección. Lázaro su amigo está en la tumba. La familia destrozada, los vecinos taciturnos, la piedra sellada. Todo parece concluido. Nada detiene a Jesús: se acerca, consuela, se compadece y da nueva esperanza. La muerte no puede vencer a Jesús, que es la vida. Quitar la loza, escuchar el mandato, desatar las vendas y dejarlo caminar… es un proceso y una enseñanza. Lázaro seguramente volverá a enfermar, volverá a morir, pero ahora él y su familia tienen bien claro que Jesús está cercano en el dolor y que Jesús es Resurrección y vida. Han creído y su fe los sostendrá.
Jesús también está entre nosotros para hacernos sentir su cercanía y despertar nuestra esperanza. Hay quienes consideran al país muerto, o al menos agonizante. Hay quienes prefieren poner su esperanza en la muerte o en la santa muerte: el odio, la violencia y la fuerza irracional. Muy grave es la enfermedad que presenta nuestro país estos días: desde los bochornosos actos de corrupción hasta las imperceptibles y cotidianas triquiñuelas que van contaminando y poniendo en estado de coma a toda la nación. Por donde quiera que lo veamos presenta signos inequívocos de debilidad y agonía. La familia, base de toda sociedad, muestra grave deterioro, ha dejado penetrar en su seno el cáncer mortal de la indiferencia, de la infidelidad y el descuido. Ha dejado de ser hogar y se ha conformado, tristemente, con ser asociación de individuos. La familia se encuentra enferma de poder, de ambición, de alcohol y de placer. La política, que debería buscar el bien de la sociedad, se ha transformado en un pleito constante entre partidos, personas y facciones que no hacen otra cosa sino procurar sus propios intereses. La religión se ha desvanecido y ha cedido su lugar a pálidas celebraciones, ritos huecos. No responde a los anhelos más íntimos del hombre y éste se refugia en suicidios, fratricidios, asesinatos, aun de niños, trata de mujeres y de infantes, y tantas otras crueldades que aterrorizan. Por eso, juntamente con Marta y María, nos atrevemos a suplicar a Jesús: “el amigo a quien tanto amas…”, porque a pesar del pecado y la corrupción, tenemos la seguridad de que Cristo nos ama. ¡Qué maravillosa certeza!
Todos estos síntomas son como una pesada losa que aplasta y oprime a nuestro pueblo, a los más pobres y débiles. Hay quienes se sienten desahuciados y sin ganas de luchar por la vida. No son pocos los que, cargando sufrimientos, responsabilidades y tareas, se ahogan y dejan de luchar. Padres de familia que no encuentran camino; trabajadores cuyo sueldo no es suficiente; mujeres solas que a pesar de sus esfuerzos se sienten agobiadas; indígenas, campesinos, migrantes, una larga fila de pobres que han perdido la esperanza y son aplastados por la pesada losa de injusticias y sinsentidos. Hay quien dice con pesimismo: “ya no quitemos la losa, huele mal, apesta”. Y Jesús nos invita a creer en Él y nos ordena: “Quiten la losa”. Quizás debamos decirle a Jesús también nosotros que ya huele mal. Que nuestro país huele a corrupción, huele a miedo, a terrorismo y droga, que nuestras familias no perciben el aroma de la armonía y del cariño, que todo, todo huele mal. Pero cuando todo huele mal, Jesús está ahí cerca del que tanto ama. No le importan sus olores, para Jesús sigue siendo el amigo: “¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?”. De la fe nos lanza a la acción. Nos pide no solamente creer teóricamente en la resurrección, sino experimentar vivamente que Él es la resurrección y la vida.
Las palabras de Jesús, llenas de amor pero también llenas de autoridad, resuenan con esperanza en nuestros días. También a nosotros nos dice: “Sal de ahí”. No basados en nuestras propias fuerzas sino basados en su amor. Confiados en su palabra asumimos el compromiso de desatar, de quitar losas, de acrecentar la fe. “Desátenlo, para que pueda andar”. Jesús vence la muerte, Jesús vence la corrupción y Jesús nos da una nueva tarea: dar nueva vida. La fe es el motor que nos impulsa, para desde nuestra fe comprometernos a crear un país mejor. Hay que desatar tantas cadenas de injusticia, hay que quitar tantas losas que oprimen, pero sobre todo necesitamos experimentar una fe viva en Cristo que es “la resurrección y la vida”.