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Miradas
V Domingo de Cuaresma
+Mons. Enrique Díaz
Obispo Auxiliar
Diócesis de San Cristóbal de Las Casas
Isaías 43, 16-21: Yo realizaré algo nuevo y daré de beber a mi pueblo
Salmo 125: Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor
Filipenses 3, 7-14: Todo lo considero como basura, con tal de asemejarme a Cristo en su muerte
San Juan 8, 1-11: Aquel de ustedes que no tenga pecado, que tire la primera piedra
Medios modernos
Para ellos comenzó como un juego, para ella como una pesadilla. Sus compañeros de secundaria tomaron unas fotos en su celular, no parecía nada grave, pero con unos retoques y con unas insinuaciones, empezó la difamación. Las redes sociales se encargaron de lo demás y pronto la adolescente fue burla y condena de todos, empezando por compañeros y compañeras que rápidamente multiplicaron las escenas, continuando por profesores que nunca se detuvieron a investigar la verdad y terminando por sus familiares que la condenaron sin haberla escuchado. Es una muchacha fácil que se ofrece a todo el que se le pone enfrente, No merece estar en nuestra escuela y ya nadie le debe hablar, Es difamación para la familia y sus papás deberían correrla de la casa. Nadie se puso a pensar qué había de verdad porque las fotografías parecían evidentes. El aislamiento, los castigos, las burlas, la llevaron a una profunda depresión y así decidió quitarse la vida. Después, ya para qué, ha aparecido la verdad. Alguien ha propuesto un control de vocabulario y expresiones en los twitters, facebooks, y redes sociales La Suprema Corte de Justicia de la Nación ha condenado expresiones ofensivas e impertinentes pero muchas voces se alzan exigiendo libertad de expresión. Jesús va más allá, descubre las intenciones del corazón, nos exige respetar a cada persona como realmente es, mirar con el corazón y no utilizar ni condenar a las personas.
Miradas diferentes
El Evangelio nos presenta a una mujer sorprendida en adulterio y a la que la ley manda apedrear. Los letrados y fariseos se la llevan a Jesús para ver cómo responde. Pero Jesús guarda silencio, omite la condena y vuelca en ella toda la misericordia de Dios, lo que hace que hasta los más viejos del lugar den un paso atrás y se retiren, dejando a la mujer sola con Jesús. ¿Ninguno te ha condenado? Tampoco yo te condeno. ¿Qué ha pasado en esta escena? ¿No ha mirado Jesús el pecado que la mujer ha cometido? ¿También Jesús estará propiciando el adulterio que tanto daño ha hecho a los matrimonios y que ha desbaratado tantas familias? Jesús sabe muy bien lo que decía la Ley sobre las mujeres sorprendidas en flagrante adulterio. Conoce también las torcidas intenciones de los escribas y fariseos que colocaron ante él a la mujer adúltera. Seguro que, en aquel momento, Jesús sintió una profunda compasión hacia la mujer adúltera y un profundo desprecio hacia sus hipócritas acusadores. Jesús no aprueba el adulterio, pero siente compasión y ama divinamente a aquella mujer adúltera; Jesús no reprueba a la Ley, pero desprecia a aquellas personas que quieren usar la Ley con intenciones egoístas e hipócritas. Jesús condena el pecado de adulterio, pero ama y perdona a aquella mujer, a la que exhorta a no pecar más. La mirada de Jesús y la mirada de los acusadores son muy distintas. Por una parte los escribas y fariseos utilizan a la mujer para ponerle una trampa a Jesús y también utilizan la Ley para lograr sus propósitos. No son capaces de descubrir que hay una persona que sufre y es expuesta al escarnio detrás de sus planes, tampoco son capaces de reconocer que están manipulando y deformando la Ley. Miran a las personas sólo para utilizarlas, miran la Ley, sólo para sacar provecho. Situación muy común entre nosotros: utilizar, manipular, engañar y poner trampas. ¡Qué diferente es la mirada de Jesús!
¿Cómo mira Jesús?
Jesús oye la acusación y se le van los ojos al suelo. No quiere mirar a los acusadores porque le duele el pecado no sólo de la mujer sino que siente vergüenza ajena, al intuir la vida de pecado de los acusadores. Jesús se llena de tristeza al ver citada la Ley contra la bondad de Dios. Se indigna de que se manipule la vergonzosa situación de una pobre mujer para condenarle a Él, y, tal vez interiormente, le pide perdón a ella por ser causa involuntaria de aquella escena. Pero la mirada de Jesús es diferente no sólo entonces, también hoy Jesús siente vergüenza ajena, cuando nos oye hablar de las mujeres de mala vida, sin recriminar la fila de hombres que han ido comprando esos cuerpos como se compra un esclavo en pleno siglo XXI. Jesús siente vergüenza ajena, cuando miramos con desprecio a una madre soltera, sin acordarnos de ese hombre irresponsable que ha abandonado a su hijo. Jesús se indigna cuando manipulamos la ley de Dios, y las leyes de los hombres, para denigrar, para condenar, sin tomar en cuenta los derechos de cada hijo, hija, de Dios. La mirada de Jesús es al mismo tiempo limpia y transparente, pero exigente y provocadora, desnuda al hipócrita y hacer aparecer la verdad. El que esté limpio de pecado que tire la primera piedra. Son palabras muy claras, pero también contundentes. Y, como si no quisiera acusar a nadie, como si dejara a la propia conciencia la decisión, abochornado por la hipocresía humana, Jesús vuelve a mirar a tierra. Es el peor castigo contra el hombre: que Dios no fije en él su mirada. En la mirada va el corazón. ¡Cuántas veces con una mirada comienza todo! Pero si nos escondemos de la mirada de Dios, si nos alejamos de su rostro para continuar nuestras perversidades, nos estamos perdiendo de su bondad.
Mirada de perdón y restauración
Así Jesús se mueve en dos campos: la solución de la trampa y el perdón de la mujer. Se sitúa con claridad frente a la realidad del pecado y se manifiesta como aquel que al mismo tiempo lo desenmascara y libera de él. La presencia del pecado está allí, evidente, en el delito del que es acusada la mujer y, más claro, en el comportamiento de los fariseos que se sirven de su persona como de un pretexto y que tienden una trampa a Jesús. Frente al pecado, más duro que las piedras con que intentan lapidarlo, Jesús está también solo cuando la mujer se queda frente a Él. Jesús no disimula, llama pecado a lo que es pecado. Esto tiene importancia en aquella sociedad, pero también tiene mucha importancia en nuestra sociedad que queremos disfrazar el pecado, que nos acostumbramos a vivir en él y lo queremos excusar, que lo justificamos en nosotros y lo condenamos en los demás. La comunidad cristiana debe saber localizar, al igual que Jesús, el auténtico pecado que separa de Dios y aísla a los hermanos. Debe llamarlo por su nombre, desterrarlo, pero una cosa es desterrar el pecado y otra muy diferente desterrar al pecador. Qué cómodo es juzgar a las personas desde criterios seguros. Qué injusto y fácil puede ser apelar a la Ley para condenar a tantas personas marginadas o incapaces de vivir integradas a nuestra sociedad. Cuando Jesús mira a la mujer no la condena, sino que la levanta. Así es Jesús: mira y restaura.
Cuaresma, tiempo de misericordia
La visión imaginaria de la mujer aplastada por las piedras queda sustituida por la de la misma mujer que se va, libre, hacia un porvenir que le ha abierto Jesús. ¿Qué pasaría con los acusadores? Ya nada se nos dice, pero al menos ellos no apedrearon a la mujer como quizás lo hubiéramos hecho algunos de nosotros. No porque no tuviéramos pecado, sino porque somos incapaces de reconocerlo. Así también, igual que para la mujer, para los acusadores es una oportunidad de salvación. Ciertamente para la mujer es un paso real de la muerte a la vida, como debe ser la conversión de cada uno de nosotros. Es lo que Jesús nos ofrece en esta Cuaresma. Es hacer realidad en nuestra vida el misterio pascual: muerte y resurrección. Lo que la mujer adúltera necesitaba no eran piedras, sino un corazón misericordioso y una mano amiga que le ayudara a levantarse.
Cuaresma es acogerse a la misericordia de Jesús que no vino a condenar sino a salvar, que no nos entrega a la muerte si no que nos otorga nueva vida y liberación. Cuaresma es ponernos solos, sinceramente, frente a Jesús, mirar nuestra vida, sentir su mirada que todo lo penetra y descubrir su mano y su misericordia que nos rescata de nuestro pecado y nos ofrece una nueva vida.
Señor Jesús, hoy que me siento lleno de pecado, solo y aislado, también quiero sentir tu mano amorosa que me levanta, que me anima y me conforta. Quiero oír tu voz. yo tampoco te condeno, quiero sentir tu aliento que me invita: Vete y no vuelvas a pecar. Gracias, Señor, por mostrarme tan gran misericordia. Amén.
ADJUNTO TRADUCCIÓN EN P`URHEPECHA, TOJOLABAL Y TSELTAL
LEM. Claudia Corroy
[email protected]
Cel: 044 9671309465
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