Libros de ayer y hoy/Teresa Gil
Descompone todo lo que toca. Y en algunos casos eso es bueno. En la mayoría, en cambio, resulta desventajoso y hasta contraproducente para el país.
Independientemente de sus no pocas carencias intelectuales, de sus variados complejos y hasta de las distorsiones de sus emociones y sentimientos, el mayor de sus problemas es la operación política.
Todo lo que emprende, le sale mal.
No son pocos quienes, por tal, incluso lo caracterizan como ave de mal agüero.
Que echa la sal, dicen.
La más reciente de las ocasiones, al equipo de futbol Morelia en su encuentro frente a la oncena de la UNAM.
Pero antes, también, a otros competidores en justas de natación, karate, clavados
Acuérdese, si no.
Más allá de la buena o mala suerte, el ocupante de Los Pinos Felipe Calderón Hinojosa adolece de una carencia de operatividad política que se antoja inconcebible para quien haiga sido como haiga sido– controla el tablero de las grandes decisiones.
En cuatro años y pico son ya proverbiales los desencuentros con el Legislativo por esa falta de operación política. Calderón envía sus iniciativas prácticamente a la buena de Dios. Sin cabildearlas, sin negociarlas. Simplemente
No ha mucho, cuando jugaba para ocupar la dirigencia nacional panista, el chiapaneco Roberto Gil Zuarth, afirmó que a su partido le ha faltado voluntad, habilidad y operación política. Fue cauto, pues tan certero diagnóstico no es sólo para Acción Nacional, y sí en cambio para quien desde Los Pinos se ha adueñado del organismo fundado por Gómez Morín.
Al seno mismo del panismo, la habilidad y la operación política del calderonismo han sido un desastre. Lo que se ha visto en los territorios blanquiazules durante los últimos años han sido intentonas algunas fallidas– de imposición autoritaria. Usted, por supuesto, recuerda las catastróficas dirigencias de Germán Martínez y de César Nava, ambos colocados ahí, sin calzador, por Calderón. Sucedió igual con un puñado de candidaturas
que, por supuesto, no llegaron a cristalizar en encargos públicos.
El autoritarismo del ocupante de Los Pinos, invariablemente se le revierte.
Sucede ahora con tres casos en los que el michoacano quiere que se haga su santa voluntad.
Michoacán y la no celebración de elecciones, el primero.
Llevar a Agustín Carstens a la cúpula del Fondo Monetario Internacional, el segundo.
Y tercero, convertir a Ernesto Cordero en su delfín.
Las manitas de Calderón que todo lo descomponen– son la mejor garantía de que ninguno de sus tres deseos le será concedido por el genio de la botella a quien, frotándola, pareciera apelar.
Por lo pronto, la noche del domingo más reciente y durante una cena celebrada en el domicilio de un importante editor de diarios en la ciudad de México, la cúpula priísta acordó empujar a Fausto Vallejo, varias veces alcalde de Morelia, como su candidato a suceder al perredista Leonel Godoy. Al seno del PRD hay una fuerte oposición al candidato único. Y en el PAN, ¡hasta Germán Martínez! le ha criticado, en artículo periodístico, su deseo a Calderón.
De la intentona de trepar a Carstens al principal cargo del FMI, todo lo han hecho al revés los calderonistas, quienes se ven sometidos a la potencia que ya es Brasil.
Y de Cordero mejor ni hablamos. Los propios panistas reconocen que le falta empaque, valor intrínseco y hasta ganas de ser.
Calderón opera en los tres casos.
Con sus manitas, los va a echar a perder
Índice Flamígero: El médico Miguel Ángel Córdoba Villalobos –¿de verdad es tío del director general del ISSSTE?, y si no, ¿por qué el sobrino presume que está sufragando la precampaña?– deberá cuidarse de que Calderón no lo apadrine, porque si es así nomás no llega a la gubernatura de Guanajuato. El ocupante de la SSA, recién destapado, cuenta ya con el apoyo de Usabiaga, Schefield y Villarreal pero le falta el del gobernador saliente, Oliva, del influyente Mosqueda, y el no menos decisivo De los Cobos todos de El Yunque– y, claro, del mandamás de la organización de ultraderecha, Elías Villegas. Por el lado de los priístas se perfila, con inmejorables augurios, José Luis Romero Hicks.